miércoles, 12 de octubre de 2016

Por sus frutos los conoceréis... Segunda Parte

Hace aproxidamente 1 año y medio escribí sobre el tercer capítulo del Sermón del Monte, según san Mateo: Por sus frutos los conoceréis...

En aquella entrada profundicé en lo ya expuesto en un capítulo de la serie de "La Iglesia", en el que hablo del discipulado, basado principalmente en el libro de Dietrich Bonhoeffer, "El Precio de la Gracia: El Seguimiento".

Quiero complementar el tema ahí tratado con el pasaje de Mateo 25:31-46, que también he tratado ya en la entrada 12º La Iglesia: rebaño de Dios. Según este pasaje, en el día del juicio Cristo nos separará entre ovejas y cabritos, poniendo énfasis en que sus ovejas le alimentaron, vistieron, visitaron y acogieron cada vez que lo hicieron con uno de sus hermanos más pequeños.

Estos pasajes ponen sin duda un énfasis en seguir a Jesucristo, seguir sus mandamiento y obrar con justicia, luchando por la paz y por los pobres. Sin embargo, suelen ser citados para apoyar la idea de que seremos justificados o juzgados según nuestras obras, y que por lo mismo podríamos juzgar nosotros entre buenos y malos según sus obras o según el cumplimiento de una moral dada. Quiero dejar en claro que si así fuera, todos seríamos juzgados a la perdición eterna y ninguno sería salvo. ¿Cuántas veces has pasado al lado de alguien que pudiste ayudar y no lo hiciste? Efectivamente, una de las principales funciones de la ley es que nos hagamos concientes de nuestro pecado y veamos que el único justo es Jesucristo, nuestro Salvador, como tanto insistió Martín Lutero.
Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Mt. 25:34-36
Muy pocos enfatizan en las primeras palabras del Rey, en las que menciona que tal destino estuvo preparado para sus ovejas desde la fundación del mundo, a pesar que sus buenas obras son posteriores en el tiempo, apoyando la idea de la Gracia y la predestinación.
Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Mt.25:37-40
El énfasis que pone Jesús en su encarnación/humillación e identificación con los necesitados es una de las más grandes maravillas del Evangelio, que nos da un nuevo sentido de lo "sacramental". Jesús, como persona de carne y hueso, se hace palpablemente presente en el necesitado. No voy a negar que está a la diestra del Padre, pero es justamente por el hecho de que está en aquél lugar invisible que también puede estar visiblemente presente en nuestro prójimo, así como lo hace en el Bautismo, en la Santa Cena y en la comunidad de discípulos. Sin embargo, no es esa la parte que quiero destacar ahora. Antes de llegar al punto, sigamos con la lectura:
Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna. Mt.25:41-46
¿Que tienen en común estos cabritos con aquellos que gritan "Señor, Señor, ábrenos", pero Jesús les hace la desconocida (Mt.7:21-23; Lc.13:25-27)? Tanto los primeros condenados como los segundos creían tener derecho o mérito ante el Señor. ¿Qué tienen en común con las ovejas salvadas? Todos son sorprendidos por el juez, asombrados de que su juicio divino sea opuesto al propio y cumpliéndose cabalmente aquellas palabras que dicen que "el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Mt.18:4; 23:12; Lc.14:11; 18:9-14). Por ninguna razón, ni basado en obras ni basado en religión ni doctrinas, podríamos presumir que somos salvos, sino que hemos de encomendarnos al juicio de Dios como pecadores y mendigos... y ni con eso podríamos asumir que hacemos bien.

La verdad es que las ovejas y los cabritos tienen más cosas en común de lo que a primeras uno pensaría. No creo que los desconocidos que claman al Señor mientan al decir "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" o al decir "Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste." De seguro que sí hicieron aquellas buenas obras y que sí compartieron con el Maestro. De seguro que los cabritos sí dieron alguna vez de comer o beber a algún necesitado, o le dieron vestido, visitaron o acogieron. Por otro lado, las ovejas habrán pasado más de un necesitado por alto. De seguro que las ovejas y cabritos, que antes de ser separados hemos de estar mezclados, somos como el trigo y la cizaña, no pudiendo distinguir entre los unos y los otros (Mt.13:24-30).

Como he insisto en la serie "Buenas Obras, Una Gracia de Dios", las buenas obras son inherentes a la fe y son la misma Gracia de Dios actuando en nosotros, deseándolas con toda nuestra vida. Es imposible que podamos presentar tales obras como mérito ante el Señor, sino que hemos de agradecer al Señor que ha puesto estas obras de antemano en nuestras manos, reconociendo que es Él el que nos utiliza y obra por medio nuestro y a pesar nuestro (Ef.2:10). La obra solo es buena si la hace Aquél que es bueno. El justificado es aquél que ve con dolor el pecado en sí mismo y se goza al ver en Dios al único justo, al único santo, al único bueno (Mc.10:18).

Así es como a aquél que su propio bien ignora, el Señor consuela diciendo "acuérdate de aquella sola vez que me serviste...", y aquél que presenta su bondad es juzgado por el Señor, que le dice " 'pérate, ¿qué hay de aquella vez que no me serviste?".

Así que, de ninguna forma hemos recibido del Maestro alguna herramienta para juzgar, a salvo del juicio que hemos de hacer contra nosotros mismos (Mt.7:1-5; Lc. 6.37-38,41-42). Recuerdo igual el famoso pasaje del buen samaritano (Lc.10:25-37), en la que Jesús responde a la pregunta "quién es mi prójimo" poniendo como ejemplo a quien era considerado un enemigo. Aquél samaritano, aún siendo extranjero e infiel, se compadeció y acogió, alimentó y vistió al moribundo en el camino. Pocos son los que notan que en realidad Jesús evita la pregunta. No da ninguna herramienta para que su interlocutor pueda juzgar quién es su prójimo y quién no, sino que le llama a ser prójimo del otro al poner en práctica la misericordia. Da vuelta su juicio hacia sí mismo. Así es como podemos ver también que el único que realmente ha tenido misericordia, y el único que realmente tiene mérito para ser llamado "prójimo", es el Señor y estamos llamados a actuar como Él, dando nuestra vida gratuitamente por el otro so pena de muerte ante el jucio final.

Oremos, pues, pidiendo al Señor que tenga misericordia de nosotros y que nos de el gozo de verle en aquellos que nos necesitan, sirviendo humilde y misericordiosamente sin juicio ni distinción alguna. Amén.

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