sábado, 5 de julio de 2014

9° La Iglesia: ministros y embajadores de Cristo



En esta entrada seguimos profundizando en el tema de la entrada anterior, en la que hablamos de la Iglesia como comisión de Cristo, personas elegidas por Él para llevar a cabo una tarea: la gran comisión o misión evangélica. Enviados para proclamarle y para vivir integralmente el seguimiento de Jesucristo. Vida que busca aprender de Jesús, servirle e imitarle, forma en la que vivimos junto a su presencia y le hacemos visible acá en la tierra. Mencionaba como toda y cada una de nuestras actividades, tanto religiosas como civiles, deben ser expresión de nuestro discipulado y del amor de Dios.

La proclamación del Evangelio, por el cual recibimos el Espíritu Santo y volvemos a Dios, también es llamado por Pablo como el ministerio de la reconciliación:
Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.
(2Cor.5:11-16)
Así como un presidente tiene embajadores que hablan en su nombre, o elige ministros para que lleven a cabo tareas como parte del poder ejecutivo de un Estado, así la Iglesia es escogida de entre la humanidad para vivir y esparcir el Evangelio de Jesucristo, para ser parte del ministerio de la reconciliación. E insisto, con "Iglesia" me refiero a la comunidad que confiesa a Jesucristo, a todos los que han sido tocados por la Buena Nueva y el Espíritu de Cristo. No estoy diciendo que todos los cristianos deban ser pastores o curas. Efectivamente, hay diversidad de ministerios y dones (Ef.4:11-12; 1Cor.12:4-11; Fil.1:1). En la iglesia debemos ordenar personas en estos distintos ministerios, reconocer a aquellos que se han preparado y han sido llamados a una tarea en particular dentro de la Iglesia, debemos tener cierta organización. Pero no para que estas personas se apropien del ministerio, pues su tarea es "perfeccionar a los santos para la obra del ministerio" (Ef.4:12). Todos los creyentes, que tenemos al Espíritu Santo en nuestro corazón, somos responsables del ministerio de la Iglesia. Nadie, sea alguien ordenado en un ministerio o sea un laico, debe ponerse entre el creyente y Cristo, ni ningún laico debe poner en los ministros ordenados la completa responsabilidad del ministerio. Estos ministros deben guiar y apoyar a la Iglesia para que ésta, como comunidad de creyentes, lleve a cabo el ministerio en conjunto.

Muy relevante, tanto en ésta como en la entrada anterior, es que la tarea o envío proviene de una "llamada". Es Cristo el que nos llama a seguirle, a ser parte de la misión evangélica, del ministerio de la reconciliación, y dentro de éste a llevar a cabo una tarea en particular (2 Cor.3:5; Ef.3:7; Rom.1:1,5-6; 1 Cor.1:1,9,26; Hch.6:1-7). La palabra "llamada" y "vocación" son usadas de forma similar, y al revisar distintas traducciones parecen ser intercambiables. El ser parte de la Iglesia es una vocación, y como hijos de Dios, nuestro Padre nos puede llamar a una tarea dentro de la organización eclesial como fuera de ella. Nuestra vocación puede ser completamente cívica o mundana, pero en cada aspecto de nuestras vidas servimos al Señor y debemos ser reflejo de su amor, de aquella reconciliación que tenemos con Él y que ofrece a todas las personas. Repitiéndome, podemos tener una vocación específica, pero también somos responsables del ministerio en todas sus dimensiones, por lo que debemos apoyar a una comunidad, buscando en ella diversidad de dones y en la que también debemos vivir concretamente esa reconciliación basada en el Evangelio que estamos llamados a proclamar. Si debemos rogarle al mundo que se reconcilie con su Padre celestial, y no estamos reconciliados y unidos nosotros mismos como hermanos... ¿qué fuerza tendrá nuestro ruego? ¿qué credibilidad tendrá nuestra predicación?

¡Señor! ¡Ayúdanos a hacernos cargo de la tarea que nos has dado! ¡No dejes que nos quedemos sin escuchar a tu llamada! ¡Ayúdanos a ser reflejo tuyo y presencia tuya, a llevar a cabo el ministerio que dejaste a tu Iglesia y la vocación que diste a cada uno! ¡Encarna en nosotros tu mensaje de reconciliación y sustenta con tu poder el testimonio de tu pueblo! Amén.

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