viernes, 20 de junio de 2014

8° La Iglesia comisionada: discípulos de Jesucristo



Como ya se ha repetido en esta serie de entradas, es la proclamación del Evangelio la que hace a la Iglesia ser Iglesia, unida por la acción del Espíritu Santo. La persona que es tocada por el Evangelio se convierte a una nueva vida, la vida conforme al Espíritu de Cristo, Espíritu de esperanza en el Reino de los Cielos. Hemos hablado que este grupo de personas convertidas forman una comunidad, una familia de hermanos, un pueblo escogido... y acá hablaremos de la Iglesia como una comisión de discípulos.

El concepto de "comisión" al que me refiero es:
Conjunto de personas elegidas para realizar una labor determinada (The Free Dictionary)
Esto es que Jesús nos ha elegido, nos ha escogido para realizar una labor divina, nos ha encargado una misión. La gran comisión aparece en los cuatro evangelios (Mt.28:16-20; Mr.16.14-18; Lc.24.36-49; Jn.20.19-23), y ésta se presenta cuando Cristo resucitado se aparece a sus discípulos. Estos seguidores habían presenciado la muerte de su Maestro, se sentían solos y confundidos, pero cuando como comunidad se encuentran con su Señor, que derrotó a la muerte, vuelve la paz a ellos y son enviados. Así como el Padre celestial envío a su Hijo, así mismo el Hijo nos envía como testigos de su resurrección (Jn.17:18). Como ya mencionaba en la 3° entrada, se ha de esparcir sin restricción alguna esa Buena Noticia del arrepentimiento y perdón de los pecados, aquella conversión que lleva a la vida conforme al Espíritu de Dios. El evangelio según Mateo dice:
Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
El entenderse como comisión de discípulos significa, primero, concebir a Cristo como Señor de todas las cosas, con toda autoridad sobre todo, tanto visible como invisible. Y esto implica ser sus servidores, regirse conforme a Su voluntad, la voluntad de nuestro Padre (Mt.7:21). Nuestro Señor nos manda "id, y haced discípulos[...]; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado", con el énfasis que tiene el evangelio de Mateo: Cristo es nuestro Maestro, nosotros sus discípulos, seguidores que aprenden de Él. Los once ya habían escuchado su llamada: "¡Sígueme!" (Mt.4:18-22; Mc.1:16-20; Lc.5:1-11; Mc.2:14; Mt.9:9-13; Lc.5:27-32; Jn.21:22). Ahora están enviados a que más y más escuchen ese "¡Sígueme!" y se hagan discípulos, haciéndose parte de esta comisión, haciendo propia esta misión evangélica que Cristo ha dado a los suyos. En la entrada anterior decía que, como hijos de Dios, hemos de obedecer la voluntad de nuestro Padre y que nos ha enviado a su primogénito para que le imitemos. Un buen ejemplo de sus enseñanzas son las múltiples parábolas que cuenta y explica a sus discípulos. En la Última Cena según San Juan, Cristo da su último gran sermón a sus amigos (Jn.13-17), en el que pone énfasis en imitarle y en cumplir sus mandamientos (Jn 13:14-15,34-35; 14:15,21; 15:10-17). Cristo dice: "Si me amáis, guardad mis mandamientos", y habla también de un mandamiento nuevo, el del amor mutuo, y que "en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros". Para evangelizar y enseñar lo mandado por el Señor, es esencial vivir como Cristo nos manda vivir, y viviendo esa vida de amor podremos enseñar qué significa ser discípulos de Cristo.

Al hablar de mandamientos es imposible no pensar en la Ley de Moisés, presentada extensamente en el Pentateuco, de la cual se suelen rescatar principalmente los diez mandamientos (Ex.20:1-17; Dt.5:6-21). Y sabemos que como cristianos toda la Ley se resume en lo siguiente: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" (Mt.22:34-40, Mr.12:28-34; Lc.10:27-28) (Dt.6:5; Lv.19:18), que también puede expresarse con la regla de oro: "y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos" (Mt.7:12; Lc.6:31). Israel tenía esta ley de Moisés, pero Jesús se muestra crítico ante una justicia corrupta: "Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres" (Mt.15:9). Aquellos escribas y maestros de la ley ya no enseñaban al pueblo la justicia de Dios (Mt.5:20), frente a lo cual se muestra a Jesús como el gran Maestro de la Ley, especialmente en Mateo, como un segundo Moisés, mayor que Moisés. Es Jesús de Nazaret quien tiene la verdadera autoridad para interpretar la ley, y lo hace profundamente en el sermón del monte (Mt.5-7; Lc.6:20-49). El luteranismo enseña que la función primordial de la Ley es mostrarnos categóricamente cuán incapaz es la humanidad de cumplir con los parámetros de Dios. Así se hace evidente el pecado humano y que debemos encomendarnos a la misericordia de nuestro Padre, a su Gracia inmerecida (Rom.5:20-21). Cristo es el único que cumple los parámetros de la Ley, en Él es completa la justicia, Él es la justicia y, como decía en la 6° entrada, nos hace libres del yugo de la ley. Pero cuidado que no nos hace libres para que la ignoremos ni para abolirla, nos la enseña para que nos guiemos por ella y la cumplamos (Rom.3:27-31). Como dice en Mt.5:17-19:
No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir[1]. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.
Cristo viene a dar la correcta interpretación de la Ley, y su justicia es la que nos hace ciudadanos del Reino de los Cielos. Hemos de cumplir los mandamientos como la ley de aquella patria celestial, en la que es Dios quien juzga, no nosotros. He ahí que cuando Moisés condena a muerte, no significa que tengamos derecho a ejecutar tal sentencia, pues le compete a nuestro Padre celestial, quien también sabe cómo vengarse de la muerte.

Replicando a Bonhoeffer en El Seguimiento, en el primer capítulo del sermón del monte Cristo habla de lo "extraordinario" de la vida cristiana, en el segundo habla de lo "oculto" de la vida cristiana y en el último se refiere a la "segregación" de su comunidad respecto al resto. En cuanto a lo extraordinario, Jesús habla de lo bienaventurados que somos en los sufrimientos, amando incluso a nuestros enemigos (Mt.5:43-48) y que somos sal y luz del mundo, logrando con nuestras obras que el mundo glorifique al Padre (Mt.5:13-16). ¿Cómo puede ser, entonces, que en el siguiente capítulo hable de ocultar nuestras obras? Lo relevante es que las obras de sus discípulos queden ocultas para ellos mismos (Mt.6:3), pues si volcamos la mirada hacia ellas, o hacia nosotros mismos, perderemos el rumbo. ¡Nuestros ojos deben estar siempre puestos en nuestro Maestro, hemos de seguir sus pasos, obedecerle sencillamente y que no podamos ver otra obra más que Su obra! Todo esto genera una diferencia entre la comunidad de creyentes y los no creyentes. Una vida distinta que, confiando en Dios, debe estar llena de buenos frutos de bondad y justicia. Los discípulos somos efectivamente escogidos de entre las personas, pero no para juzgarlas, sino que, así como Cristo se entregó por el mundo, también nosotros nos entreguemos por el resto y proclamemos la misericordia de El Señor (Jn.3:16).

Cada uno de los miembros de la Iglesia ha de sentirse interpelado por esta forma de seguir. Ha de sentirse insertada en esta comisión para hacerse responsable de la misión evangélica, sirviendo y proclamando al Señor en todas las dimensiones de sus vidas. A partir de esta gran comisión, la de proclamar universalmente a Cristo como Salvador y Maestro, surge todo el quehacer de la Iglesia. Pues Jesús nos enseña a amar, a reunirnos, a reconciliarnos, a orar, a alabar, a sufrir, a gozar, a luchar, a reír, a llorar, a administrar, a custodiar, a sanar, a enseñar, a servir a los necesitados, a denunciar las injusticias, a anunciar otro Reino y a su único Señor, que vendrá pronto a instaurarlo plenamente. Cristo nos dio una misión integral, que dirige cada cosa que emprendemos. Como comisión somos responsables de nuestra tarea en cada una de sus múltiples dimensiones... ¿somos capaces de trabajar en todos sus aspectos? Ciertamente que no podemos si queremos hacerlo todo solos. Por eso es que debemos comprometernos con una comunidad de hermanos, que en su conjunto pueda vivir integralmente la misión y vida cristiana, pudiendo uno aportar en cada una de las dimensiones a través del diezmo o cuota. Para muchos, esto podría parecer demasiado pesado, puesto que significa renunciar a todo, no hacer nada que no tenga relación al seguimiento de Cristo, no poner nada entre Cristo y nosotros (Lc.9:57-62; Lc.14:26; Mc.10:28-31; Mt.19:16-22; Mc.8:31-38). Sin embargo, Cristo dice: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí [...]; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga"(Mt.11:28-30). El yugo justo de Cristo es de todas formas más ligero que nuestro propio yugo, cargado de pecado y muerte. Tomar el yugo de Cristo significa perder nuestras vidas, sin embargo no hay nada fuera de aquél yugo que pueda darnos la vida verdadera, vida abundante (Jn.10:10). No se trata de seguir a Cristo como si por nuestra semejanza a Él nos ganáramos la vida eterna... ¡No! Cristo, por su gratuita Gracia nos regala la vida eterna, vida de comunión con el Padre y su Reino, que ya hemos de vivir anticipadamente en el seguimiento, guiados por el Espíritu Santo. Ni la moral ni la ley tienen algún sentido en sí mismas para nosotros, pues nuestra única norma de conducta es preguntarnos: ¿qué haría Jesús? ¿cuál es la voluntad de mi Padre? La vida no es más que seguimiento completo. ¿No ves necesidad de entregarte completamente a Él como Señor y Maestro? ¿Cuál es la Gracia, entonces? La Gracia es justamente que podamos vivir entregados a Él, que recibamos sin mérito el Espíritu de una vida con sentido que, en todo sus sentidos, proviene y lleva a Dios. La Fe es que aceptemos con confianza aquella Gracia. Y es por Cristo, y solo a través de Cristo, que hemos de estar unidos o separados de las cosas o de la familia, teniendo tanto lo piadoso como lo mundano el sentido de la entrega cristiana.

Volviendo al principio, no es otra cosa que la proclamación del Evangelio lo que nos une como Iglesia. Todos los miembros de la comisión son parte de un mismo trabajo, estamos todos unidos incondicionalmente por el mensaje evangelizador. No basta otra cosa que concordemos en este mensaje, que Cristo ha muerto y resucitado por nosotros, salvándonos para una nueva vida en el Espíritu, para que en acción de gracias nos atrevamos a trabajar juntos en la misión. Vayamos, pues, en paz y sirviendo al Señor. Démosle gracias con nuestras vidas. Embarquémonos juntos en esta gran tarea, pues en esto somos Iglesia y gozamos de la vida que nos regala y gozamos de su presencia. Como dijo el Señor: "...he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén."



[1] "... para cumplir" se ha de traducir más fielmente como "...a dar cumplimiento", que se puede interpretar también como que Cristo vino a darle el verdadero significado a la Ley, que estaba inconclusa.

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