jueves, 16 de septiembre de 2010

Predicar

1 Del maestro de coro. De David. Salmo.

2 Esperé confiadamente en el Señor: él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor.
3 Me sacó de la fosa infernal, del barro cenagoso; afianzó mis pies sobre la roca y afirmó mis pasos.
4 Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos, al ver esto, temerán y confiarán en el Señor.
5 ¡Feliz el que pone en el Señor toda su confianza, y no se vuelve hacia los rebeldes que se extravían tras la mentira!
6 ¡Cuántas maravillas has realizado, Señor, Dios mío! Por tus designios en favor nuestro, nadie se te puede comparar. Quisiera anunciarlos y proclamarlos, pero son innumerables.

7 Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios,
8 entonces dije: “Aquí estoy.
9 En el libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en mi corazón”.
10 Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, tú lo sabes, Señor.
11 No escondí tu justicia dentro de mí, proclamé tu fidelidad y tu salvación, y no oculté a la gran asamblea tu amor y tu fidelidad.

12 Y tú, Señor, no te niegues a tener compasión de mí; que tu amor y tu fidelidad me protejan sin cesar.
13 Porque estoy rodeado de tantos males, que es imposible contarlos. Las culpas me tienen atrapado y ya no alcanzo a ver: son más que los cabellos de mi cabeza, y me faltan las fuerzas.
14 Líbrame, Señor, por favor; Señor, ven pronto a socorrerme.
15 Que se avergüencen y sean humillados los que quieren acabar con mi vida. Que retrocedan confundidos los que desean mi ruina;
16 queden pasmados de vergüenza los que se ríen de mí.
17 Que se alegren y se regocijen en ti todos los que te buscan, y digan siempre los que desean tu victoria: “¡Qué grande es el Señor!”.
18 Yo soy pobre y miserable, pero el Señor piensa en mí; tú eres mi ayuda y mi libertador, ¡no tardes, Dios mío!


SALMO 40 (39) http://www.sobicain.org/introduccionesArg.asp




Dios es lo máximo. El poner fe y eperanzas en Él conlleva un cambio radical en nuestras vidas. Nuestro corazón se abre a su ternura y nuestros sentidos empiezan a percibir sus mútiples maravillas, tanto las cotidianas como las extraordinarias. Una vida centrada en El Señor es nutrida y llamada a compartir con el otro, el vecino, el compañero, el extranjero, el amigo, el enemigo, el hermano, el prójimo. Así como por pura buena onda nos ha dado todo su amor, su Espíritu no llama a amar por gracia también. ¡Todos deberían vivir esto! Espero que Él mismo me ayude a predicarle, a mostrarle a todos lo maravilloso que es.

Tenía que juntarme hoy en la plaza de armas, pero por complicaciones la reunión no pudo ser y estaba junto a la pileta sin nada que hacer. Entonces me puse a escuchar. Un joven hablaba a partir de un texto: San Mateo 7:21. "No todos los que me dicen: 'Señor, Señor', entrarán en el reino de los cielos, sino solamente los que hacen la voluntad de mi Padre celestial". Fue realmente hermoso escuchar que la Gracia e interceción de Cristo nos salva, que la fe se expresa en una verdadera transformación personal, que Dios escribirá su ley en nuestros corazones y no seremos solo oidores, sino hacedores de su voluntad. Fue renovador escuchar de parte del predicador los gozos y tormentos por los que pasa un cristiano. El joven se llamaba Eduardo. Conversamos un poco y me invitó a un culto. Teníamos varias opiniones distintas (probablemente algunas mortales), pero ambos sentíamos al Señor en nuestras vidas.

Me da pena saber que muchos con los que comparto mi fe se avergüenzan de estas prácticas. Se burlan de quienes con energías anuncian a Dios de forma pública. Muchos ni se atreven a hablar frente a su congregación.

Espero que nunca sea muy tarde para que la gente se atreva a abrirles las puertas a nuestro Padre celestial, dejar que Él obre en nosotros, que nos invite a escuchar y predicar.

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